LA AUTORIDAD PATERNA
EN CRISIS
Por César Medina*
(Texto para la intervención
en la Universidad Católica de Asunción el 28/06/1998)
En qué se apoya el principio de la autoridad
paterna es algo de lo cual el psicoanálisis debe no solo poder responder, sino
que es su competencia esclarecer sus propios fundamentos estructurales para el
ser humano.
No se vive sin la presencia de un
principio de autoridad operando en nuestros vínculos sociales y en la propia
condición subjetiva que nos constituye.
Ella es esencial para sustentar la presencia de lo humano en el mundo.
La llamada autoridad paterna sufre
en nuestro tiempo una crisis bastante específica. Una crisis de sus agentes y de sus soportes
ideales, como es el caso de padre y sus representantes en la cultura. El psicoanálisis lacaniano denomina esta
situación de una crisis del Otro o de los semblantes en la medida que, lo que
viene ocurriendo es una decadencia de los soportes simbólicos e imaginarios de
la función paterna, es decir, una crisis de los sustentáculos de los
ideales. Lo más evidente e inmediato que
se puede indicar a este respecto es que en nuestra época entró en franca
decadencia la imagen y la intervención del padre terrible, aquél a quien
podríamos llamar de padre bíblico, agente todopoderoso e inflexible de los
tiempos pasados. La democracia, por
ejemplo, a nivel de lo sociopolítico es uno de los efectos de la caída de dicho
padre en posición de señor soberano, absoluto, amedrentador e
incuestionable. Aunque en nuestro país
aún se lo reivindique y se lo llama al ejercicio del poder, todos sentimos que
la cosa, ya no durará mucho… no tiene mucho futuro. Un estilo de autoridad que hoy ya corresponde
a los llamados países de tercer mundo.
El contrapunto de esta caída de la
autoridad paterna soberana es que andamos a las vueltas con una cierta
“flojedad” e irresponsabilidad de las funciones propiamente paternas en
nuestros días. Todo indica que este fenómeno de la actualidad se debe al
predominio de la cultura capitalista tecno-científica que se impone en la
actualidad. Una cultura que desencarna
cada vez más el lugar y a la función del padre así como desprecia los
conflictos y cuestiones subjetivas que caracterizan la condición humana del
existir. Se vuelve prioritario en
nuestro tiempo tratar de situar lo que está ocurriendo en relación al ejercicio
de la autoridad y su relación a la cuestión paterna para así poder hacernos
responsables y vislumbrar alternativas para este fenómeno de nuestra
contemporaneidad. El psicoanálisis tiene
algo que decir al respecto.
EL FUNDAMENTO DE LA
AUTORIDAD Y LA ÉTICA PARA EL PSICOANÁLISIS
Debemos partir del hecho de que,+
toda autoridad se ejerce en nombre de un principio de restricción. El padre es su fundamento, el agente de una
ley restrictiva y reguladora. Su
autoridad se funda y sustenta en dicha operación de la cual él es un agente
primordial.
La cuestión que se presenta es, por
un lado, el porqué y el para qué. Por
otra parte, que es lo que debe ser restringido y porqué es tan indispensable a
lo humano la famosa represión de los llamados “instintos animales”; porque
justamente no tenemos derecho a lo natural!.
Bueno, debe ser por esto que andamos siempre a las vueltas con una ética
y con nuestros conflictos subjetivos.
Tampoco es posible vivir sin un lugar y un sistema, un inconsciente,
donde lo reprimido se aloje y encuentre su morada.
El principio psicoanalítico sobre lo
humano es que este ser surge de un rompimiento con lo estrictamente natural de
la vida. Que somos seres captados por el
lenguaje con su sistema de representaciones simbólicas (significantes p/Lacan). Como seres de lenguaje que somos (parlettre) nuestra sexualidad se
presenta como estructuralmente desviada (perversa) en relación a su meta
biológica, la exclusividad reproductora de la especie.
Los instintos del cuerpo biológico
al ser atrapados y tomados por el sistema del lenguaje en que nacemos, se
transforman en eso que Freud denominó Pulsión (trieb). En ese momento la
cosa se complica para el ser humano (el hablante-ser), esto porque el límite y
la regulación instintual ya no son suficientes en el manejo de la búsqueda de
la satisfacción y su realización. Los
caminos, las vías, dejan de reducirse a lo natural-necesario, pasamos a entrar
por el sendero de las ficciones, de las fantasías y de los deseos por los
cuales debemos por otro lado, sentirnos responsables. El lenguaje con su
sistema simbólico, nos abre un cierto infinito de posibilidades y por otro lado
la responsabilidad de escoger y delimitar nuestros impulsos. Debemos hacernos cargo así de un psiquismo,
de una subjetividad deseante y responsable.
Por este motivo somos Sujetos del
Deseo y del Lenguaje y necesitamos de una Ley reguladora de nuestras pulsiones,
más allá de los instintos, ya que los mismos se presentan pervertidos en su
naturalidad para la condición humana de ser en el lenguaje. Esta condición, propia del hombre, abre ese
universo potencialmente ilimitado para el placer y el goce pulsional, lo cual a
su vez instaura la necesidad de una autoridad o ley reguladora de estas
satisfacciones desnaturalizadas.
Como las fantasías o ficciones
sexuales deseantes, o la satisfacción gozosa con la destrucción no son
necesariamente sensatas, y mucho menos reguladas naturalmente por los
instintos, una de las maneras de manejarlas es eso que Freud descubrió y
denominó con el término de Represión. Así
también, una manera de no querer saber u olvidarse de las mismas, al situarlas
en esa otra instancia o sistema psíquico, llamado por el mismo, de inconsciente. Este señor también es el que descubre e
indica que las personas se pueden enfermar por un exceso de represión de los
deseos y fantasías o por una falla acentuada en su operación o función. En el primer caso tendremos los síntomas histéricos,
obsesivos o fóbicos y en el segundo las patologías de tipo perverso y las
psicosis.
Lo de Freud pasa a situar ya hacia
el final de su producción, es que hay algo mortífero en esa condición de
satisfacción pulsional que caracteriza lo humano. Que el goce fundamental, más allá del deseo,
es con la maldad y la destrucción (pulsión de muerte) y que a nivel del placer
y del deseo ya opera una ley reguladora.
Pero la voluntad mayor, también constitutiva de lo humano, su ser
fundamental, es el empuje al goce con la maldad, la destrucción del otro y la
propia autodestrucción (más allá del principio del placer y el deseo). La pulsión, cuando es de muerte, puede gozar
dentro de la más absoluta desconsideración y corresponde a la parte de lo pulsional
que no se articuló a las vías deseantes libidinales del placer, o pulsiones de
vida, en términos freudianos. Todo esto nos lleva a indicar cuál
es el principio que fundamenta la autoridad y la ley del padre para el
psicoanálisis.
La Función Paterna puede así
especificarse, como siendo aquella que por un lado exige que el cuerpo vivo sea
tomado por el lenguaje, con su estructura simbólica (pulsiones), y por otro que
dicha pulsión, que visa al goce inmediato y a cualquier precio (con la pura
destrucción), no se realice en cuanto tal. Es decir, esta función postula y
sustenta que el deseo ya es en sí, una defensa fundamental ante el peligro
mortífero de la pulsionalidad y su goce con la pura maldad. Ella parte del principio que el hombre en su
ser más fundamental no busca el bien en sí: el goce con la maldad y la
destrucción.
El padre es así, el agente que
instaura la posibilidad de las fantasías deseantes, esto en la medida en que su
autoridad es aquella que hace faltar el objeto adecuado a la realización del
goce pulsional. Solamente se desea por
este motivo, porque está presente esa falta.
Es lo que Freud llamó “de la prohibición del incesto” y la situó como
una ley fundamental para el existir humano.
La función paterna es así aquélla que prohíbe el encuentro con el objeto
que sería plenamente adecuado al goce pulsional, y que es indicado por Freud
como correspondiendo a la madre. Esto en
la medida en que el objeto totalmente satisfactorio, sería aquél que permitiría
una satisfacción mortífera y destructiva de las propias vía psíquicas deseantes
para el goce pulsional.
El Edipo freudiano es el operador de
lo anteriormente indicado, al presentarse como una estructura que nos muestra
como se presenta a la cría humana la exigencia de simbolización del goce y su
transformación en deseo. La pulsión es
el efecto de la captura del goce en el sistema simbólico de las palabras (los
significantes). El deseo es el efecto de
la intervención de la autoridad paterna en el campo pulsional de las
satisfacciones.
Lo que se presenta en el complejo de
Edipo es al padre del deseo. Vamos a
tratar de esclarecer esto a continuación: Al presentarse como el que prohíbe a
la madre, el padre mediatiza, coloca a distancia al objeto que sería adecuado a
la satisfacción pulsional, lo sitúa como faltante y es esta falta la que impone
su simbolización en el lenguaje y las fantasías. En ese mismo momento en lo que prohíbe, lo
coloca como algo que sería posible de obtener, es decir, como deseo y objeto de
la fantasía (ficción). Esto en la medida
en que el niño pasa a suponer que el padre prohíbe porque el sí, en cuanto
padre, podría gozar plenamente con la madre.
Lo que evidentemente es una falsedad, en la medida en que, si el padre
realiza algo del goce es con una mujer y no con su madre. Una mujer nunca
podría corresponder al objeto pleno a que nos referimos.
El Edipo es así un engaño o mentira
estructural y necesaria que nos permite desear al objeto en el campo de la
fantasía. En él se realiza la
interdicción del objeto adecuado, la cual, lleva a la producción de suplencias
ficcionales ya la fantasía. Y es esto lo
que permite que se pueda manejar al objeto reprimiéndolo en el
inconsciente. En este sistema se
reprimen fantasías deseantes, lo que a su vez corresponde a otro momento de la
autoridad paterna, el que exige la represión de los deseos y la substitución
del objeto primordial por substitutos para que puedan realizarse aunque sea de
forma parcial. El inconsciente freudiano
se constituye así como siendo el lugar de la represión de las fantasías
sexuales deseantes que en su momento serán siempre incestuosas. Pero no olvidemos, ya son “apenas fantasías”.
Podemos de esta forma concluir: Que el principio de la autoridad
paterna para el psicoanálisis es aquel que exige la simbolización del goce y su
regulación por la ley del deseo. Es
decir, ella es autoridad, es lo que es, porque exige al inconsciente y sus
formaciones (deseos, fantasías, síntomas), lo cual, permite que se mantenga una
distancia del objeto plenamente adecuado para el goce. Que la falta de dicho objeto es lo que
sustenta la ética del psicoanálisis, teniendo como agente lo que llamamos
autoridad paterna. Que esta ética exige
y mantiene la presencia en el mundo de un sujeto responsable del deseo. Y que la presencia en el mundo de un sujeto
responsable del deseo. Y que la
autoridad se fundamente en ese ejercicio de la restricción paterna, el cual
visa sustentar la falta estructural del goce pleno y mortífero de la pulsión.
LA CRISIS EN LA ACTUALIDAD CAPITALISTA Y TECNO CIENTÍFICA
En nuestra cultura contemporánea
prevalecen, sin ninguna duda, dos discursos que sustentan un saber y una manera
de vivir. Son ellos el del capitalismo
industrial por un lado y el de la ciencia y sus productos tecnológicos por el
otro. Ambos permiten en los días
actuales lo que llamamos un mayor bienestar para existir, pero también colocan
el peligro de una cierta destrucción o, en lo mínimo, de una deshumanización en
nuestro horizonte. La interrogación
ética de los valores humanos se volvió algo inseparable y girando alrededor de
dichos saberes y discursos.
Lo que se coloca es, como situar
dicha ética del deseo en este nuestro tiempo, tomado e inserto en la cultura de
la ciencia y del capitalismo industrial.
La crisis de la función paterna es un referencial que nos podría
permitir o por lo menos situarnos en relación a lo que estamos viviendo: una
crisis aguda del sujeto del deseo y del campo de los ideales, la llamada crisis
de los valores.
Tanto en Freud como en Lacan la
ética del deseo está vinculada, como lo indicamos, por el Edipo, a la figura y
función del padre. El núcleo y soporte
freudiano en relación al determinante del vínculo social civilizado gura alrededor
de las cuestiones del padre, cuya función primordial ya fue indicada. El padre, en cuanto función socializante
simbolizadora es el agente de una ley sin la cual no puede existir el deseo. Esta es la verdad contenida en el mito
freudiano del Edipo y en el complejo de castración que en él se presenta. En este sentido, el padre es aquél que hace
de barrera al goce pulsional con el objeto adecuado. La propia cultura es así, el efecto de ese
barramiento o represión que obliga el existir del deseo, de las fantasías, de
las sublimaciones, de los sueños y de los síntomas en el sujeto y en la civilización.
La crisis actual es una crisis de la
función edípica, castradora del padre, ya que el niño sólo acepta renunciar al
supuesto objeto adecuado (la madre), en virtud de la amenaza de castración
proveniente de la figura paterna. Siendo
éste un lugar de agente de la castración cuya eficacia depende totalmente de la
madre, en la medida que esta posicione a un hombre como el objeto de su amor y
deseo.
En la cultura contemporánea, estas
complicaciones, los conflictos del sujeto deseante, andan cada vez más en “baja”. La expectativa actual, sobre las personas y
sobre los saberes es que sean prácticos, objetivos y con respuestas inmediatas. Se volvió enfermizo y despreciado el sujeto
conflictuado con sus cuestiones subjetivas.
Es decir, la subjetividad deseante se volvió algo molesto.
Tenemos como uno de los ejemplos el
florecimiento de las psicologías atadas de una especie de “furor curandis” a cualquier precio y con cualquier
teoría. Como indicamos, un sujeto no
puede dejar de tener sus cuestiones o problemas, una vez que el famoso objeto,
que tanto busca, no es natural ni puede ser adecuado. Esta exigencia de salud rápida y total, sin
duda proviene de la incidencia de la tecno-ciencia y el capitalismo.
El
padre con su autoridad se está volviendo algo dispensable, en la misma
proporción que el sujeto deseante. Esto
en la medida en que la ciencia y el capitalismo, al articularse entre sí,
ofertan objetos de goce cada vez más disponibles en el mercado consumidor. Los productos de la tecnociencia.
El
mercado consumidor ofertando dichos productos proponen el goce inmediato del
consumismo y la única falta que sustenta es la del dinero, es decir, del medio
para el goce. En el fondo lo insinúa
como siempre siendo posible, no a través del padre como lo supondría el niño
edípico, sino por los medios de producción y los recursos económicos. Esto nos indica algo del porqué lo económico,
con su globalización, se está volviendo el absolutismo de nuestro tiempo. Se coloca el horizonte de que el reinado del
goce pulsional en sí mismo y sin la intermediación del deseo sería posible.
La
autoridad paterna, como agente que promueve al deseo, se presenta como algo
ultrapasado y estúpido. Para qué
respetar e idealizar aquél que nos impone el deseo, la fantasía, la invención,
la falta, la espera y todos esos conflictos, si todo se puede comprar,
adquirir, producir, inclusive, para qué preocuparme en fantasear lo nuevo, que
mi subjetividad y particularidad podrían crear, si el propio mercado me satura
diariamente con cosas nuevas y me ofrece un cierto goce pulsional de lo
inmediato y a mano. Lo nuevo ya viene prét-a-porter.
¿Para
qué podría hoy servir un padre y su autoridad, que amenaza algunas veces, “hincha”
otras, si la autoridad hoy en día se presenta al sujeto en las vías del mercado
consumidor y del saber de la ciencia? Al final os pobres Papás tiene que
trabajar cada vez más al servicio del señor de nuestro tiempo: el mercado de
los bienes de consumo. Se volvió un
esclavo del sistema y de muchas veces de sus hijos-tiranos. El padre, sin duda anda muy mal…. ¿pero qué
hacemos con todo esto?
Concluyendo
Una
vez que se constata esa franca decadencia de la autoridad paterna como agente
del deseo y de sus soportes ideales en la cultura contemporánea ¿qué hacemos? ¿Cómo
podríamos responder a esta situación?
¿Tendríamos
que tratar de salvarlo? Este proyecto es sin duda algo pertinente al campo de
lo religioso. Es una manera que la
cultura dispone para enfrentar dicha situación.
La religión católica lucha para restaurar el valor del padre porque ama
y perdona, no apenas castiga. En otras
religiones el padre no se presenta tan amoroso.
Pero todas las sitúan como una referencia, otro esencial para el existir
humano en cuanto a un Dios-padre. Ya
fueron Dioses-padre en otras épocas.
Algunas veces este Dios-padre se presenta como el seño absoluto de la
maldad. Todos sabemos de la presencia
eventual de los satanismos y sus consecuencias.
El mismo no deja de ser una tentativa de salvar al padre. La inquisición también hizo de las suyas con
este propósito, por lo tanto, esto de empeñarse demasiado en salvar al padre y
su autoridad, tiene sus peligros… en el campo de lo socio-político, basta que
recordemos al autoritarismo absoluto del nazismo y los campos de concentración,
por ejemplo. No podemos empeñarnos a
salvarlo a cualquier precio y ponernos en la solución de las sillas eléctricas
por doquier.
Existe
sin duda, en la cultura actual, un cierto malestar o síntomas contemporáneos de
este vacío de sentido subjetivo para la vida.
La medicación compulsiva es una de ellas, También diversas tentativas de respuesta que
están de moda, por ejemplo, las supuestas salidas místicas, una especie de
psico-misticismo, algunas veces informatizado o con algún aire cientificista.
Se adopta a los modelos americanos con respuestas rápidas, eficaces, sistémicas
y objetivas.
De
cualquier manera, lo que es inaceptable es dejarse llevar por la pura inercia
de la cultura actual, la cual, sin ninguna necesidad de dichas “sillas” está
anulando y exterminando al sujeto del deseo en nombre de la realidad de la
tecno ciencia, del progreso del capitalismo y su mercado.
El
psicoanálisis, en su parte, no totalmente absorbido por el mercado, tiene un
propone una ética a sustentar: La ética del sujeto del deseo, la cual propone,
no una salvación del padre y sus ideales, y sí el valor de su función de
autoridad en cuanto agente de una falta fundante para la condición humanizada
del goce. Los padres pueden, en nuestro tiempo, no ser mas las “maravillas de
antaño”, pero pueden mantener el valor y la dignidad de su función.
Como
conclusión final, creo que sería recomendable, si nuestro interés y motivación
se refiere a sustentar una lucha por el sujeto deseante y el valor de su
particularidad en el mundo, que indaguemos a las propuestas actuales que tratan
de responder al malestar psíquico del sujeto de nuestro tiempo. Si ellas sustentan alguna ética que expongan
cuál es y su se hagan responsables por
la misma. No tenemos el derecho de
aceptar cualquier propuesta que nos presenten apenas porque son fáciles,
prácticas o seductoras. Sobretodo, si
nos consideramos trabajadores de eso de eso que se hacen llamar “humanidades”.
Si
podemos admitir que no se recomienda salvar al padre y sus representantes
ideales de la cultura, podemos afirmar no en tanto, desde el psicoanálisis, que
el valor de su función se soporta en el principio de una autoridad ética, que
es la del deseo responsable determinante de un sujeto humanizado en su goce.
Que
cada uno pueda, entonces, encontrar su propio camino y participación, pero
sobre todo, que se haga responsable por una actitud ética que pueda, en
nuestros días, responder a la devastadora anulación del sujeto en la
actualidad. Este me parece ser nuestro
deber y compromiso en el presente. Si el
psicoanálisis puede ser útil a este fin porqué no utilizarlo, pero claro…. No es,
ni podría ser, el único camino… son tantos los que pueden llevar a “Roma”. Pero
el deseo debe ser claro y decidido, es decir, sustentado en una ética.
*César Rubén
Medina Granada (16-03-1946/12-11-2004): A los 17 años viajó al Brasil a
estudiar arquitectura, profesión que ejerció por 10 años aproximadamente,
mediante la cual participó directamente en la construcción de la hidroeléctrica
de Itaipú. Al mismo tiempo, se acerca al
Psicoanálisis y a la teoría freudiana a partir de un proceso personal de
análisis, interés que nunca más dejó. A los 25 años comenzó a estudiar
Psicología e, inmediatamente concluida la carrera, se inicia en la clínica.
Estudió a fondo a Freud y en los años 70 toma contacto con las ideas
lacanianas, junto con otros pocos intelectuales de la época. A partir de su
involucramiento con la teoría lacaniana, siempre con un sesgo freudiano, su
pensamiento se orientó hacia la cuestión del malestar en la cultura
contemporánea: sus síntomas y efectos en la constitución de la subjetividad.
Fue uno de los primeros miembros de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis, en
la que participaba asiduamente. En los años 80, cuando la formación en la IPA
todavía no estaba habilitada para los psicólogos y las enseñanzas de Lacan aún
no estaban formalmente instaladas en el Brasil, él, junto con otros psicólogos
y médicos, fundaron SEPLA Sociedad de Estudios Psicoanalíticos Latino
Americanos cuyo énfasis consistía en la creación de una mirada latina sobre el
Psicoanálisis y el desenvolvimiento teórico de un psicoanálisis en vinculación
con las raíces no-aculturadas, lo que siempre fue importante para él como forma
de ligarse a su historia y a la de su país. Le interesó promover un
psicoanálisis que no dé la espalda o que desconozca las raíces culturales del
lugar de ejercicio del analista y de la vida del analizante (su música y
costumbres, por ejemplo) aspectos que por lo general suelen ser olvidados en la
clínica psicoanalítica ante la dominación de una cultura más moderna sobre otra. Fue director de
SEPLA y enseñó en la misma durante algunos años. En Asunción del Paraguay,
formó grupos de estudios de psicoanálisis lacaniano - freudiano y participó
intensamente en la extensión universitaria respecto al psicoanálisis. El
psicoanalista activo en la ciudad fue siempre el contrapunto que creía
necesario ante la ciudad pánico, el de las urgencias
subjetivas. Con amigos y colegas ha creado una agrupación: Ágape Psicoanalítico
Paraguayo. César Medina fue un hombre creativo y comprometido con su palabra y
sabía conmover el inconsciente de cada sujeto. Siempre fue partidario del uno
por uno, de la particularidad subjetiva, no para aislar al sujeto de la
cultura, sino precisamente porque comprendía que el único camino para estar
actualizado y activo en la realidad contemporánea era encontrarse como sujeto
primeramente. Así también, y por eso mismo, es que se interesó por los orígenes
de la Guarania. Pensaba que la guara-nia dice de Los ensueños del Lobo. Es el lenguaje-sonido del
lobo-(a)guara, lo que Flores quiso expresar con otra escritura, reflexionaba.
Esta fue una de las formas más de su compromiso con nuestra época. Mantuvo
siempre un fuerte lazo hacia el Paraguay, su música, su cultura y su gente;
nunca cambió de nacionalidad. Dejó escritos profesionales y letras a músicas
folclóricas paraguayas, hijos y árboles; en los dos países dejó marcas
imborrables de su intensa pero corta vida. En sus amigos y familiares, y en
quienes lo conocieron, dejó recuerdos y nostalgias que perdurarán por siempre. - Fuente: “Los
ensueños del lobo - Pequeña Biografia de Céssar Rubén Medina Granada” –
Publicación del Diario ABC Color el 26 de Diciembre de 2004.-