PRE-TEXTOS
HACIA EL TERCER ENCUENTRO DEL PSICOANÁLISIS CON LA HISTORIA Y LA CULTURA
El síntoma de cada uno en la cultura globalizada
*Síntoma analítico y síntoma social
*Psicología de las masas y política del psicoanálisis
*El inconsciente entre lo cultural y lo singular
*Futuro del psicoanálisis en la sociedad global
16 y 17 DE SETIEMBRE
SALA MOLIERE ALIANZA FRANCESA
(MCAL. ESTIGARRIBIA 1.039 C/EE.UU.)
Asunción - Paraguay
INFORMES: (0984) 285-073, 210-382, 210-503, (0981) 965-332
Escribe desde Posadas Rodrigo Cibils quien propone una lectura atenta a dos dimensiones inherentes al psicoanálisis: la historia y la política.
En este envío ambas se articulan con lo contemporáneo a partir de la hipótesis según la cual el psicoanálisis no es sin la subjetividad de la época.
¿Cómo pensar los efectos actuales de acontecimientos que hacen a la historia del psicoanálisis? El autor propone que ante cada hecho que toca lo colectivo el psicoanálisis responde con una nueva toma de posición, así por ejemplo la política implementada, política disímil, en tiempos de dictadura en la Argentina.
A su vez, puede conjeturarse, en un contexto donde hay una tendencia al borramiento de la palabra, sustituida por la fragmentación infinita del organismo, el psicoanálisis insiste en conectar al sujeto con una causa que lo atañe de manera íntima.
Christian Gómez
“Psicoanálisis: Historia y Política”
Por Rodrigo Cibils
“…que ´la política es inconsciente´ es otra manera de advertir que aquel que piensa no se da cuenta de que primero habla…”.
Germán García, “Psicoanálisis, política y verdad”.
(“Conceptual. Estudios de psicoanálisis”. N°10-Octubre de 2009)
Tomé como punto de partida dos artículos, “Declinaciones de un sobreviviente. Psicoanálisis frente a la dictadura” y “La sociedad del acto analítico”, ambos de Enrique Acuña.
La historia no sería solo una suma de sucesos o eventos, donde se ubican los diferentes hechos sobre una línea cronológica que no permite los silencios ni los cortes. Historizar en psicoanálisis sería más bien ubicar, no solamente los hechos, sino los acontecimientos a partir de los silencios y escansiones que lo organizan. Señala Enrique Acuña en “Resonancia y silencio. Psicoanálisis y otras poéticas”, que “historizar en psicoanálisis implica, entonces, situar la función del olvido, que recupera el valor del resto perdido, con lo cual se puede captar un cierto saber sobre la verdad”. Un hecho adquiere valor de acontecimiento por sus consecuencias, es decir, que tenemos dos tiempos. Un tiempo 1 donde se da el hecho, y un tiempo 2 que hace que ese primer hecho adquiera valor de acontecimiento. Es un tiempo diferente al cronológico, es un tiempo que opera por retroacción al modo freudiano, ya indicado por Freud en los dos tiempos del síntoma y del trauma.
Hacer historia es algo diferente a historizar. Hacer historia es seguir una línea sin sobresaltos, donde se da una división del tiempo en cronos como forma ordenada de los archivos. Historizar es resaltar lo profano, “zambullirse en el orden del encuentro contingente con lo que no se sabía, con la novedad sorprendente”, como un destello durable. Señala Enrique Acuña que un acontecimiento se historiza, pero en términos de una “hystoria”, en donde el discurso reintroduce la dimensión del sujeto-analizante, dividido por el retorno de lo reprimido. Sobre esta base se apoya la idea de historizar el análisis pero no como hechos del pasado en una línea temporal, sino con una temporalidad de retroacción.
Lorena Danieluk planteó en los pre-textos hacia el Encuentro, es el encuentro entre lo público (para todos, la cultura) y lo privado (para cada uno, la pulsión), en donde como una banda de moebius, lo público se hace privado y lo privado se hace público pero de manera diferente. Entonces, en el encuentro entre un analista y un analizante ya hay un “hecho social”, ya que entre ambos atraviesa la cultura de esa época.
En una conferencia en la ciudad de Oberá, Misiones, sobre el “Malestar en nuestra Cultura”, Christian Gómez resaltó que la cultura es una trama simbólica inherente de lo humano, y por lo tanto es un efecto del lenguaje. El malestar es un término acuñado por Freud para referirse al desorden que hay en los lazos de la vida cotidiana en una sociedad en busca del placer de cada uno y la felicidad para todos. En este sentido, ubicamos el “malestar” como efecto de una tensión entre la felicidad para todos y el bien para cada uno, entre la felicidad social, en masa, y el bien singular, inconsciente solitario que busca su pareja (S1-S2) en el binario del inconsciente transferencial.
Ese dispositivo de la cultura, a modo imperativo, promueve el bien común, la felicidad para todos silenciando el goce particular de cada uno. Entonces, por un lado tenemos a la cultura que reclama felicidad para todos, y por el otro lado tenemos a la pulsión freudiana que desorienta en tanto no indica cual es el objeto ni que forma de satisfacción espera alcanzar, pero que sin embargo exige satisfacción. La cultura como trama simbólica, como lenguaje que organiza la realidad de lo humano, no puede captar de manera total a la pulsión, hay una parte que no es captada, un resto que aparece y que cada vez que lo hace deja como efecto el “malestar”. En este punto, el síntoma sería una forma particular que tiene cada uno de arreglárselas con ese elemento que queda por fuera del entrecruzamiento entre la pulsión y la cultura, entrecruzamiento que es parcial. Síntoma hechos de palabras, que trata de cubrir de sentido el sin sentido que produce el desborde de la pulsión.
El malestar de nuestra época reclama respuesta a fenómenos y a “síntomas de nombres importados” como el “stress”, “depresión”, “panic attac”, entre otros; abriendo un abanico de ofertas terapéuticas, grupos de apoyo y rehabilitación a determinadas adicciones, ofertas de calmantes y quitapenas que garantizan evitar el sufrimiento y prometen “felicidad”, borrando al sujeto y silenciando el goce, negando que es imposible gozar del “bien común”.
Opuesto al dispositivo de la cultura, el psicoanálisis responde con un dispositivo que pone en juego la causalidad del inconsciente a partir de invitar al sujeto a hacer uso de su palabra y así empezar a nombrar algo de su malestar. Por el paso de la experiencia de un análisis, el sujeto adquiere un saber que fue ignorado, capta algo de ese saber que está determinando sus síntomas, un saber que habla en él. La experiencia de un análisis, hace existir la política del inconsciente en tanto articulación entre la “resonancia” de las palabras y el “silencio” de la pulsión, “quedando un resto de satisfacción que, al perderse, no se dice, sino que se escribe” (ENRIQUE ACUÑA. Resonancia y silencio. Psicoanálisis y otras poéticas).
Decíamos entonces que el psicoanálisis es un efecto de lo que llamamos malestar, ese desorden de lo humano donde cada época sufre de diferentes maneras, cada época vive la pulsión a su modo. En el siglo XXI se instala el “permiso para gozar”, donde la representación de la época victoriana de Freud ha cambiado, los síntomas no son los mismos, las histéricas no se presentan igual. Es decir, que el síntoma ha cambiado su envoltura formal, pero hay algo que no puede ser modificable en su núcleo de lo real, el cuantum pulsional no ha cambiado. Lo paradójico es que en ese nuevo sufrir que cada época indica, siempre hay algo que se repite en el sujeto, lo señala Enrique Acuña, “en sus síntomas contemporáneos, algo propio de lo viejo. Es decir, como en el hablante, desde siempre, se observa esta conjunción entre lenguaje y goce” (ENRIQUE ACUÑA. “El viejo mundo nuevo. La sociedad del acto analítico”).
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