La ruta a Itapé, Solano López y oír el inconsciente
Mara Vacchetta Boggino
El lenguaje es el espejo del inconsciente. Una misión para el psicoanalista paraguayo es prestar oreja a lo que la gente dice, dado que su oficio es la escucha “de la otra escena” que se juega en sus dichos. Sólo guiándose en ella, se podrán diseñar proyectos comunitarios garantizados en un enraizamiento estable: la mentalidad del hombre de nuestro país.
Corrían los años de la década del 50. La virgen de Caacupé vino de visita a Villarrica, diócesis a cargo de un santo varón conocido como “monseñor Agustín Rodríguez”. Después que la población le rindiera honores a la santa patrona del Paraguay, el presbítero de Ybytymí, pa-í Alfredo Boggino, que había llegado montado a caballo, procedería a llevarla a su humilde parroquia rural.
A la altura de Itapé, acortaron camino por el río Tebicuary, llevando su preciada carga por un lugar playo y angosto, usado como paso por los pescadores. En ese momento, en el lugar por donde cruzó la venerada señora (venerada por razones religiosas o folklóricas) apareció un cardumen de peces de tal magnitud que ningún testigo recordaba haber visto en su vida algo similar. Desde aquel día, un 18 de noviembre, mucha gente acude a curarse de sus males en el sitio y promeseros de distintos puntos del país llegan a rendir culto a la virgen.
Pero desde Villarrica no había para llegar a ese preciso lugar. La población itapeña, caracterizada por su producción agrícola, no podía volcar sus productos en el mercado de Villarrica. Esta oportunidad comercial le estaba vedada. La gente que acudía, al lugar lo hacía como podía, de cualquier modo, a campo traviesa, por los montes y por cualquier tapé-po'í que hallase en el trayecto.
¿Cuál era el obstáculo para el trazado de una ruta? Que ésta debía inevitablemente cruzar los rieles del tren que iba de Asunción a Encarnación. Cualquier diseño posible se encontraría con las interminables paralelas de hierro viejo, de propiedad extranjera; de los ingleses para más datos. La remota corona británica ejercía sus tentáculos sobre nuestro pedacito de tierra colorada y la gente del lugar tenía miedo de tocar tierra gringa porque podía levantar el avispero. Es así que entre Lomas Valentinas y Carovení ese tramo de hierro herrumbrado representaba un muro mayúsculo.
En ese entonces el veterinario Miguel Vacchetta era presidente del Rotary Club de la ciudad, y quiso aprovechar la efervescencia popular para construir el camino hacia Itapé con las fuerzas vivas de la población. Para ello solicitó las topadoras de la segunda región militar y el pedido le fue concedido. En un momento del trabajo de las máquinas, las mismas avanzaban por las lomas de Carovaní Tuyá hasta que tropezaron con el montículo que preservaba las mentadas vías del tren. Ni el general al mando de la segunda región militar, ni nadie se animaba avanzar sobre la “tierra inglesa”. Entonces, el inquieto y colérico Vacchetta ordenó el paso de las máquinas posibilitándose así la concreción del necesario camino a Itapé, hoy conocido como “ruta de la fe”. Fue un momento histórico porque no es difícil derribar una muralla pero sí, y muy riesgoso derrumbar siglos de prejuicios. En este caso se trataba de derribar el mito de la superioridad inglesa: unos míseros rieles nos separaban de Itapé, estábamos aislados a causa de ellos.
Un prejuicio basado en el significante de “gringo superior” impedía las posibilidades de vincularse de estas dos comunidades. Un ínfimo terruño que resguardaba hierro obsoleto era el único sostén concreto de un poder más imaginado que real. Y sin embargo ante él, rendían armas tanto los militares como las autoridades locales. ¡Cuántas sumisiones, y cuántos vasallajes ante la supuesta superioridad gringa!
II
Sirva el ejemplo de Itapé como metáfora ante la nueva situación reinante. La globalización trae nuevas economías y culturas emergentes, y el Paraguay no logra formarse aún una imagen justa de sí. Necesitamos mirarnos en un espejo (imagen especular), que nos devuelva el amor propio necesario para avanzar. Los dichos que escuchamos cotidianamente por ahí, indican que nos visualizamos muy por arriba o muy por debajo de nuestras verdaderas posibilidades. Oscilamos entre una idea de grandeza basada en el pensamiento mágico o una idea muy pobre de nosotros y de nuestra cultura.
Cuando Juana de Arco tomó Orleáns, sus guerreros creían que Dios estaba con ella, y pletóricos salvaron una ciudad inexpugnable. Si Dios les ayudó o no, sólo Dios sabe, pero la certeza de la victoria exaltó al pueblo francés. Y si un pueblo tiene una imagen robusta de sí, llega muy lejos. En el caso de la ruta de la fe, vallas mentales sin más concreción que unos metales vetustos, impedían el comercio entre vecinos. Los relatos fundacionales proveen de inspiración mística para gestas que exigen sudor y lágrimas a las naciones. Irónicamente, nosotros tenemos una leyenda fundante de cuño griego y no la sabemos aprovechar. Me refiero, claro, a la muerte sacrificial del Mariscal Francisco Solano López y la de su hijo el coronel Panchito López, de sólo 15 años, hacia el final de la guerra contra la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay).
Atacamos torpemente los errores del personaje de carne y hueso porque confundimos la revisión histórica con el mito. Mientras que son dos cosas distintas. Una es la realidad y otra el relato casi onírico de una inmolación de la que podríamos beneficiarnos para construir nuestra paraguayidad. La identidad no es un dato esencial como tampoco el ser humano tiene esencia. La identidad se construye ¡y se construye con relatos! Los humanos somos producto de lo que nos cuentan de nosotros y de lo que nosotros contamos sobre nosotros! Somos resultado de historias que vamos erigiendo y cimentando en la medida en que nos vamos subjetivando. Y ocurre así mismo con la paraguayidad.
Para el pueblo judío no importuna si Moisés bajó con las tablas de la ley o es mera ficción. Y sí le atañe que sea un relato capaz de mantenerlo unido burlando tiempo y espacio. Y para el caso, no merece la pena saber si Moisés existió realmente o es mera fábula. Al hablar de una narración constitutiva de nuestra identidad nacional, nada mejor que un cuento de titanes valerosos aunque Juan E. O’Leary haya agregado laureles de gloria según su propia exaltación. Como sea, el martirio final del Mariscal López y de su hijo Panchito nos cala hasta los huesos. Y no sabemos agotar la sabia vibrante que brota del altar de Cerro Corá. Deberíamos hacer fulgurar la gesta de López con inmensa irradiación hacia todo el suelo americano. Recordemos tan solo a Alejandro Magno o a César, murieron sin gloria: el primero en su cama y el otro apuñalado como un ratón. Y tan oscuramente murió El Cid que sus juglares hicieron coincidir tal día con la épica toma de Jerusalén. Carlo Magno, el Rey Arturo, Robin Hood, Cristóbal Colón, San Martín, Artigas, Bolívar, murieron todos de viejos y enfermos en sus lechos. Mientras que a orillas del Aquidabán, Elisa Lynch entierra con sus dedos a su hijo atravesado con una lanza gritando “un paraguayo jamás se rinde”, y a su esposo nuestro Mariscal de hierro, oro y acero que “murió con su patria”. Medea se empequeñece ante la Lynch que cruzó en carreta el Paraguay masticando raíces mientras seguía a los suyos, en tanto la heroína de Eurípides mata a sus hijos de orgullo y capricho. No hay historia más alegórica en el mundo que Cerro Corá. Sólo comparable a la muerte de los 300 espartanos en el desfiladero de Las Termópilas.
Grandes civilizaciones se hicieron al amparo de grandes mitos. Tal es el valor de las imágenes, ellas sellan su impronta en el movimiento de los pueblos. Las imágenes son significantes también. Habrá que escuchar los dichos de los pueblos porque ellos encierran todo aquello por lo que un humano sería capaz de morir o de vivir. Los dichos nos guían para entender cómo la gente de cierta época y lugar ama u odia, y porqué ríe o porqué llora.
Nuestros países vecinos no tienen idea de nuestro so'o-yosopy, ni de nuestro vorí-vorí. Y nosotros colaboramos con ahondar las diferencias con los limítrofes con verbalizaciones tales como “en Paraguay nomas ko estamos” tibia manera de disculpar tropelías de nuestros políticos y de disculparse uno mismo del resultado de una operación fruto de nuestra poca dedicación al trabajo. Palabras que sostienen la idea de que todo lo de afuera es mejor se justifica porque “estamos en Paraguay nomas”.
Hay un presente urgente que discutir y ante el cual habrá que formar nuevos proyectos nacionales, basados en las imágenes conscientes y sobre todo inconscientes que tenemos de nosotros mismos. Mientras escuchemos significantes como “el gringo caraí”, el “nativo avá” o mientras, “que indio que sos” o “qué guarango” sean expresiones utilizadas despectivamente les estaremos haciendo bonitamente el juego a cualquiera que nos ponga la bota encima.
Villarrica del Espíritu Santo, 1 de Marzo de 2011
¿No es la complejidad nunca resuelta, inagotable, relación interna, cerrada sobre si misma, inagotable, cíclica (que entraña por excelencia el uso de la palabra) de la medida del hombre, que permite un funcionar mítico de una narrativa (como, por ejemplo, la del psicoanálisis)? A decir no cualquiera narrativa puede funcionar como mito, y no cualquiera relación inter-subjectiva es suficientemente compleja (y bella) para poder construir una narrativa que funcione, a través de su ambigüedad constitutiva, como mito. ¿No será que un Significante como Mariscal López sea ya demasiado inscrito en una Historia para poder aspirar a una función mítica?
ResponderEliminar¿Es el Mariscal López algo que no puede ser transmitido en la definición de verdad? ¿Es posible hacer deslizar, derrapar permanentemente la verdad a través la palabra inagotable: a decir se presta el ML a la producción de palabras inagotable, así que la verdad se mantiene en movimiento, en permanente construcción, así que nunca se llega a fijar una verdad, para permitirnos de quedarnos navegando en el mito (y no fijarse en (la ilusión de) una verdad objetiva)? ¿No hay riesgo que ML sea rápidamente acorralado/encorralado en una verdad objetiva, bloqueando la operación mítica? ¿Edipo logra mantenerse vivo a través de los siglos: puede ML hacer lo mismo? ¿No está ya sepultado, dead, con todos los honores debidos, así que cualquier intento de "revivirlo"/re-utilizarlo no huela de entrada como una operación política (de construcción de un "dispositivo" de poder, de control)? Edipo se inscribe en una fantasía primordial en circulación (aparentemente, supuestamente) en cada uno. ¿Se inscribe el ML en la fantasía de alguien (que no sea la de pocos), tiene esta potencia-potencial? ¿Puede ML "tomar de manera casi clandestina, en la relación simbólica con el sujeto, la posición del personaje muy desdibujado por la declinación de nuestra historia que es el del amo - el del amo moral, el del amo que instaura en la dimensión de las relaciones humanas fundamentales a quien está en la ignorancia, y que le abre lo que puede llamarse el acceso a la conciencia, incluso a la sabiduría, en la adquisición de la condición humana?"
El mito es lo que da una formula discursiva a algo que no puede ser transmitido en la definición de verdad, dado que la definición de verdad solo puede apoyarse sobre ella misma, y que la palabra la constituye en la medida que progresa. La palabra no puede captarse a sí misma, ni captar el acceso a la verdad, como una verdad objetiva. Solo puede expresarla - y esto, de un modo mítico (“El Mito individual del Neurótico”, Jacques Lacan). En este sentido puede decirse que aquello en lo que la teoría analítica concretiza la relación inter-subjetiva, y que es el complejo de Edipo, tiene un valor de mito".
Muy brevemente.....En cuanto a una línea trazada por los gringos - y que mapea una prohibición, y entonces un lugares de trasgresión y de su enjoyment, y que entonces es una operación política - ¿no es más interesante, más productivo, pensar a las líneas mapeadas por el Gran Otro (orden simbólico descentrado!) que endurecer la oposición gringo-no gringo, un endurecer que no puede que producir la misma violencia de siempre? Resuena una advertencia famosa: "sin el Gringo todo es prohibido". Sin este otro, bisagra, pivote, eje, perno, punto que facilita nuestra cohesión colectiva, la implosión, el ahogamiento, la sumisión batiente, insistente al SuperYo. ¿Qué diferencia hace si es el dictador es de los Nuestros o es un Blanco? ¿Que sea de los Nuestros lo hace más aceptable o solo lo hace más eficaz y eficiente en instaurar un orden simbólico? ¿Es esta E&E para la instauración de un Nuestro Gran Otro que se busca....? ¿Un Gran Otro descentrado, abierto, hospitalario (¿posible?), de la "Grammatología", no es mucho más funcional a nuestra producción subjetiva, a nuestra producción de esquizia, de jouissance, que un Nuestro Gran Otro, que no puede que ocupar solamente una porción limitada de la red simbólica descentrada, y no necesariamente la más bella?
ResponderEliminarQuerido Giorgio,
ResponderEliminarDisculpa el retraso en contestarte pues voy entendiendo poco a poco las misteriosas ventanitas del blog que abren espacios.
Sigo un poco la línea de Lacan que no disiente con Heidegger sobre la Verdad, cual es que solo puede ser semi-dicha, pues está en lo real. Es así que el mito puede ser una manera idónea de referirse a ella. Nunca dejo de admirar la clarividencia de Heidegger que señala a los socráticos de haber torcido la ruta del Ser hacia el terreno discursivo! Y de ahí tanto bla bla que esconde, confunde y disfraza en vez de develar!
Mi escrito no obstante quería funcionar en un área más pragmática constatando el fervor patrio sobre la figura del Mariscal (muy manipulada en épocas de Stroessner, al punto que él era el segundo reconstructor de la Nación. El primero era el general Bernardino Caballero, contemporáneo de López). En la actualidad y de mano de las revisiones históricas que dejan a nuestros héroes convertidos en pecadores y muy menguados a veces, me permito sugerir que rescatemos el mito y lo hagamos producir al máximo en pro de nuestras gestas patrias. Grandes emprendimientos necesitan grandes mitos. El investigador Raúl Amaral, decía que López era el último romántico. En efecto, si "romanticismo" es llevar un determinado gesto hasta lo hiperbólico, entonces, el gesto de López es de un reverbero que nos sigue convocando a todos. Mi intención es pues entonces, que le saquemos el máximo beneficio a tamaña irradiación.
Sobre los gringos, no era la otredad la que está remarcada. Lo que está señalado nítidamente es el colonialismo, el imperialismo y nuestras aptitudes y palabras que le hacen el juego de minusvaluación y vasallaje. Repito, no es el gringo que vino a labrar y a construir (después de todo, en su mayoría somos nietos de gringos) sino el significante que viene en son de dominador: en este caso, unos vetustos hierros separaban Villarrica de Itapé, en nombre de la Corona. Cariños y sigamos conversando. Mara