sábado, 28 de julio de 2018

LA AUTORIDAD PATERNA EN CRISIS


LA AUTORIDAD PATERNA EN CRISIS
Por César Medina*
(Texto para la intervención en la Universidad Católica de Asunción el 28/06/1998)


En qué se apoya el principio de la autoridad paterna es algo de lo cual el psicoanálisis debe no solo poder responder, sino que es su competencia esclarecer sus propios fundamentos estructurales para el ser humano.

No se vive sin la presencia de un principio de autoridad operando en nuestros vínculos sociales y en la propia condición subjetiva que nos constituye.  Ella es esencial para sustentar la presencia de lo humano en el mundo.

La llamada autoridad paterna sufre en nuestro tiempo una crisis bastante específica.  Una crisis de sus agentes y de sus soportes ideales, como es el caso de padre y sus representantes en la cultura.  El psicoanálisis lacaniano denomina esta situación de una crisis del Otro o de los semblantes en la medida que, lo que viene ocurriendo es una decadencia de los soportes simbólicos e imaginarios de la función paterna, es decir, una crisis de los sustentáculos de los ideales.  Lo más evidente e inmediato que se puede indicar a este respecto es que en nuestra época entró en franca decadencia la imagen y la intervención del padre terrible, aquél a quien podríamos llamar de padre bíblico, agente todopoderoso e inflexible de los tiempos pasados.  La democracia, por ejemplo, a nivel de lo sociopolítico es uno de los efectos de la caída de dicho padre en posición de señor soberano, absoluto, amedrentador e incuestionable.  Aunque en nuestro país aún se lo reivindique y se lo llama al ejercicio del poder, todos sentimos que la cosa, ya no durará mucho… no tiene mucho futuro.  Un estilo de autoridad que hoy ya corresponde a los llamados países de tercer mundo.

El contrapunto de esta caída de la autoridad paterna soberana es que andamos a las vueltas con una cierta “flojedad” e irresponsabilidad de las funciones propiamente paternas en nuestros días. Todo indica que este fenómeno de la actualidad se debe al predominio de la cultura capitalista tecno-científica que se impone en la actualidad.  Una cultura que desencarna cada vez más el lugar y a la función del padre así como desprecia los conflictos y cuestiones subjetivas que caracterizan la condición humana del existir.  Se vuelve prioritario en nuestro tiempo tratar de situar lo que está ocurriendo en relación al ejercicio de la autoridad y su relación a la cuestión paterna para así poder hacernos responsables y vislumbrar alternativas para este fenómeno de nuestra contemporaneidad.  El psicoanálisis tiene algo que decir al respecto.

EL FUNDAMENTO DE LA AUTORIDAD Y LA ÉTICA PARA EL PSICOANÁLISIS
Debemos partir del hecho de que,+ toda autoridad se ejerce en nombre de un principio de restricción.  El padre es su fundamento, el agente de una ley restrictiva y reguladora.  Su autoridad se funda y sustenta en dicha operación de la cual él es un agente primordial.

La cuestión que se presenta es, por un lado, el porqué y el para qué.  Por otra parte, que es lo que debe ser restringido y porqué es tan indispensable a lo humano la famosa represión de los llamados “instintos animales”; porque justamente no tenemos derecho a lo natural!.  Bueno, debe ser por esto que andamos siempre a las vueltas con una ética y con nuestros conflictos subjetivos.  Tampoco es posible vivir sin un lugar y un sistema, un inconsciente, donde lo reprimido se aloje y encuentre su morada.

El principio psicoanalítico sobre lo humano es que este ser surge de un rompimiento con lo estrictamente natural de la vida.  Que somos seres captados por el lenguaje con su sistema de representaciones simbólicas (significantes p/Lacan).  Como seres de lenguaje que somos (parlettre) nuestra sexualidad se presenta como estructuralmente desviada (perversa) en relación a su meta biológica, la exclusividad reproductora de la especie.

Los instintos del cuerpo biológico al ser atrapados y tomados por el sistema del lenguaje en que nacemos, se transforman en eso que Freud denominó Pulsión (trieb).  En ese momento la cosa se complica para el ser humano (el hablante-ser), esto porque el límite y la regulación instintual ya no son suficientes en el manejo de la búsqueda de la satisfacción y su realización.  Los caminos, las vías, dejan de reducirse a lo natural-necesario, pasamos a entrar por el sendero de las ficciones, de las fantasías y de los deseos por los cuales debemos por otro lado, sentirnos responsables. El lenguaje con su sistema simbólico, nos abre un cierto infinito de posibilidades y por otro lado la responsabilidad de escoger y delimitar nuestros impulsos.  Debemos hacernos cargo así de un psiquismo, de una subjetividad deseante y responsable.



Por este motivo somos Sujetos del Deseo y del Lenguaje y necesitamos de una Ley reguladora de nuestras pulsiones, más allá de los instintos, ya que los mismos se presentan pervertidos en su naturalidad para la condición humana de ser en el lenguaje.  Esta condición, propia del hombre, abre ese universo potencialmente ilimitado para el placer y el goce pulsional, lo cual a su vez instaura la necesidad de una autoridad o ley reguladora de estas satisfacciones desnaturalizadas.

Como las fantasías o ficciones sexuales deseantes, o la satisfacción gozosa con la destrucción no son necesariamente sensatas, y mucho menos reguladas naturalmente por los instintos, una de las maneras de manejarlas es eso que Freud descubrió y denominó con el término de Represión.  Así también, una manera de no querer saber u olvidarse de las mismas, al situarlas en esa otra instancia o sistema psíquico, llamado por el mismo, de inconsciente.  Este señor también es el que descubre e indica que las personas se pueden enfermar por un exceso de represión de los deseos y fantasías o por una falla acentuada en su operación o función.  En el primer caso tendremos los síntomas histéricos, obsesivos o fóbicos y en el segundo las patologías de tipo perverso y las psicosis.

Lo de Freud pasa a situar ya hacia el final de su producción, es que hay algo mortífero en esa condición de satisfacción pulsional que caracteriza lo humano.  Que el goce fundamental, más allá del deseo, es con la maldad y la destrucción (pulsión de muerte) y que a nivel del placer y del deseo ya opera una ley reguladora.  Pero la voluntad mayor, también constitutiva de lo humano, su ser fundamental, es el empuje al goce con la maldad, la destrucción del otro y la propia autodestrucción (más allá del principio del placer y el deseo).  La pulsión, cuando es de muerte, puede gozar dentro de la más absoluta desconsideración y corresponde a la parte de lo pulsional que no se articuló a las vías deseantes libidinales del placer, o pulsiones de vida, en términos freudianos. Todo esto nos lleva a indicar cuál es el principio que fundamenta la autoridad y la ley del padre para el psicoanálisis.

La Función Paterna puede así especificarse, como siendo aquella que por un lado exige que el cuerpo vivo sea tomado por el lenguaje, con su estructura simbólica (pulsiones), y por otro que dicha pulsión, que visa al goce inmediato y a cualquier precio (con la pura destrucción), no se realice en cuanto tal. Es decir, esta función postula y sustenta que el deseo ya es en sí, una defensa fundamental ante el peligro mortífero de la pulsionalidad y su goce con la pura maldad.  Ella parte del principio que el hombre en su ser más fundamental no busca el bien en sí: el goce con la maldad y la destrucción.

El padre es así, el agente que instaura la posibilidad de las fantasías deseantes, esto en la medida en que su autoridad es aquella que hace faltar el objeto adecuado a la realización del goce pulsional.  Solamente se desea por este motivo, porque está presente esa falta.  Es lo que Freud llamó “de la  prohibición del incesto” y la situó como una ley fundamental para el existir humano.  La función paterna es así aquélla que prohíbe el encuentro con el objeto que sería plenamente adecuado al goce pulsional, y que es indicado por Freud como correspondiendo a la madre.  Esto en la medida en que el objeto totalmente satisfactorio, sería aquél que permitiría una satisfacción mortífera y destructiva de las propias vía psíquicas deseantes para el goce pulsional.

El Edipo freudiano es el operador de lo anteriormente indicado, al presentarse como una estructura que nos muestra como se presenta a la cría humana la exigencia de simbolización del goce y su transformación en deseo.  La pulsión es el efecto de la captura del goce en el sistema simbólico de las palabras (los significantes).  El deseo es el efecto de la intervención de la autoridad paterna en el campo pulsional de las satisfacciones.

Lo que se presenta en el complejo de Edipo es al padre del deseo.  Vamos a tratar de esclarecer esto a continuación: Al presentarse como el que prohíbe a la madre, el padre mediatiza, coloca a distancia al objeto que sería adecuado a la satisfacción pulsional, lo sitúa como faltante y es esta falta la que impone su simbolización en el lenguaje y las fantasías.  En ese mismo momento en lo que prohíbe, lo coloca como algo que sería posible de obtener, es decir, como deseo y objeto de la fantasía (ficción).  Esto en la medida en que el niño pasa a suponer que el padre prohíbe porque el sí, en cuanto padre, podría gozar plenamente con la madre.  Lo que evidentemente es una falsedad, en la medida en que, si el padre realiza algo del goce es con una mujer y no con su madre. Una mujer nunca podría corresponder al objeto pleno a que nos referimos.

El Edipo es así un engaño o mentira estructural y necesaria que nos permite desear al objeto en el campo de la fantasía.  En él se realiza la interdicción del objeto adecuado, la cual, lleva a la producción de suplencias ficcionales ya la fantasía.  Y es esto lo que permite que se pueda manejar al objeto reprimiéndolo en el inconsciente.  En este sistema se reprimen fantasías deseantes, lo que a su vez corresponde a otro momento de la autoridad paterna, el que exige la represión de los deseos y la substitución del objeto primordial por substitutos para que puedan realizarse aunque sea de forma parcial.  El inconsciente freudiano se constituye así como siendo el lugar de la represión de las fantasías sexuales deseantes que en su momento serán siempre incestuosas.  Pero no olvidemos, ya son “apenas fantasías”.



Podemos de esta forma concluir: Que el principio de la autoridad paterna para el psicoanálisis es aquel que exige la simbolización del goce y su regulación por la ley del deseo.  Es decir, ella es autoridad, es lo que es, porque exige al inconsciente y sus formaciones (deseos, fantasías, síntomas), lo cual, permite que se mantenga una distancia del objeto plenamente adecuado para el goce.  Que la falta de dicho objeto es lo que sustenta la ética del psicoanálisis, teniendo como agente lo que llamamos autoridad paterna.   Que esta ética exige y mantiene la presencia en el mundo de un sujeto responsable del deseo.  Y que la presencia en el mundo de un sujeto responsable del deseo.  Y que la autoridad se fundamente en ese ejercicio de la restricción paterna, el cual visa sustentar la falta estructural del goce pleno y mortífero de la pulsión.

LA CRISIS EN LA ACTUALIDAD CAPITALISTA Y TECNO CIENTÍFICA
En nuestra cultura contemporánea prevalecen, sin ninguna duda, dos discursos que sustentan un saber y una manera de vivir.  Son ellos el del capitalismo industrial por un lado y el de la ciencia y sus productos tecnológicos por el otro.  Ambos permiten en los días actuales lo que llamamos un mayor bienestar para existir, pero también colocan el peligro de una cierta destrucción o, en lo mínimo, de una deshumanización en nuestro horizonte.  La interrogación ética de los valores humanos se volvió algo inseparable y girando alrededor de dichos saberes y discursos.

Lo que se coloca es, como situar dicha ética del deseo en este nuestro tiempo, tomado e inserto en la cultura de la ciencia y del capitalismo industrial.  La crisis de la función paterna es un referencial que nos podría permitir o por lo menos situarnos en relación a lo que estamos viviendo: una crisis aguda del sujeto del deseo y del campo de los ideales, la llamada crisis de los valores.

Tanto en Freud como en Lacan la ética del deseo está vinculada, como lo indicamos, por el Edipo, a la figura y función del padre.  El núcleo y soporte freudiano en relación al determinante del vínculo social civilizado gura alrededor de las cuestiones del padre, cuya función primordial ya fue indicada.  El padre, en cuanto función socializante simbolizadora es el agente de una ley sin la cual no puede existir el deseo.  Esta es la verdad contenida en el mito freudiano del Edipo y en el complejo de castración que en él se presenta.  En este sentido, el padre es aquél que hace de barrera al goce pulsional con el objeto adecuado.  La propia cultura es así, el efecto de ese barramiento o represión que obliga el existir del deseo, de las fantasías, de las sublimaciones, de los sueños y de los síntomas  en el sujeto y en la civilización.

La crisis actual es una crisis de la función edípica, castradora del padre, ya que el niño sólo acepta renunciar al supuesto objeto adecuado (la madre), en virtud de la amenaza de castración proveniente de la figura paterna.  Siendo éste un lugar de agente de la castración cuya eficacia depende totalmente de la madre, en la medida que esta posicione a un hombre como el objeto de su amor y deseo.  

En la cultura contemporánea, estas complicaciones, los conflictos del sujeto deseante, andan cada vez más en “baja”.  La expectativa actual, sobre las personas y sobre los saberes es que sean prácticos, objetivos y con respuestas inmediatas.  Se volvió enfermizo y despreciado el sujeto conflictuado con sus cuestiones subjetivas.  Es decir, la subjetividad deseante se volvió algo molesto.

Tenemos como uno de los ejemplos el florecimiento de las psicologías atadas de una especie de “furor curandis” a cualquier precio y con cualquier teoría.  Como indicamos, un sujeto no puede dejar de tener sus cuestiones o problemas, una vez que el famoso objeto, que tanto busca, no es natural ni puede ser adecuado.  Esta exigencia de salud rápida y total, sin duda proviene de la incidencia de la tecno-ciencia y el capitalismo.

El padre con su autoridad se está volviendo algo dispensable, en la misma proporción que el sujeto deseante.  Esto en la medida en que la ciencia y el capitalismo, al articularse entre sí, ofertan objetos de goce cada vez más disponibles en el mercado consumidor.  Los productos de la tecnociencia.



El mercado consumidor ofertando dichos productos proponen el goce inmediato del consumismo y la única falta que sustenta es la del dinero, es decir, del medio para el goce.  En el fondo lo insinúa como siempre siendo posible, no a través del padre como lo supondría el niño edípico, sino por los medios de producción y los recursos económicos.  Esto nos indica algo del porqué lo económico, con su globalización, se está volviendo el absolutismo de nuestro tiempo.  Se coloca el horizonte de que el reinado del goce pulsional en sí mismo y sin la intermediación del deseo sería posible.

La autoridad paterna, como agente que promueve al deseo, se presenta como algo ultrapasado y estúpido.  Para qué respetar e idealizar aquél que nos impone el deseo, la fantasía, la invención, la falta, la espera y todos esos conflictos, si todo se puede comprar, adquirir, producir, inclusive, para qué preocuparme en fantasear lo nuevo, que mi subjetividad y particularidad podrían crear, si el propio mercado me satura diariamente con cosas nuevas y me ofrece un cierto goce pulsional de lo inmediato y a mano. Lo nuevo ya viene prét-a-porter.

¿Para qué podría hoy servir un padre y su autoridad, que amenaza algunas veces, “hincha” otras, si la autoridad hoy en día se presenta al sujeto en las vías del mercado consumidor y del saber de la ciencia? Al final os pobres Papás tiene que trabajar cada vez más al servicio del señor de nuestro tiempo: el mercado de los bienes de consumo.  Se volvió un esclavo del sistema y de muchas veces de sus hijos-tiranos.  El padre, sin duda anda muy mal…. ¿pero qué hacemos con todo esto?

Concluyendo
Una vez que se constata esa franca decadencia de la autoridad paterna como agente del deseo y de sus soportes ideales en la cultura contemporánea ¿qué hacemos? ¿Cómo podríamos responder a esta situación?

¿Tendríamos que tratar de salvarlo? Este proyecto es sin duda algo pertinente al campo de lo religioso.  Es una manera que la cultura dispone para enfrentar dicha situación.  La religión católica lucha para restaurar el valor del padre porque ama y perdona, no apenas castiga.  En otras religiones el padre no se presenta tan amoroso.  Pero todas las sitúan como una referencia, otro esencial para el existir humano en cuanto a un Dios-padre.  Ya fueron Dioses-padre en otras épocas.  Algunas veces este Dios-padre se presenta como el seño absoluto de la maldad.  Todos sabemos de la presencia eventual de los satanismos y sus consecuencias.  El mismo no deja de ser una tentativa de salvar al padre.  La inquisición también hizo de las suyas con este propósito, por lo tanto, esto de empeñarse demasiado en salvar al padre y su autoridad, tiene sus peligros… en el campo de lo socio-político, basta que recordemos al autoritarismo absoluto del nazismo y los campos de concentración, por ejemplo.  No podemos empeñarnos a salvarlo a cualquier precio y ponernos en la solución de las sillas eléctricas por doquier.

Existe sin duda, en la cultura actual, un cierto malestar o síntomas contemporáneos de este vacío de sentido subjetivo para la vida.  La medicación compulsiva es una de ellas,  También diversas tentativas de respuesta que están de moda, por ejemplo, las supuestas salidas místicas, una especie de psico-misticismo, algunas veces informatizado o con algún aire cientificista. Se adopta a los modelos americanos con respuestas rápidas, eficaces, sistémicas y objetivas.

De cualquier manera, lo que es inaceptable es dejarse llevar por la pura inercia de la cultura actual, la cual, sin ninguna necesidad de dichas “sillas” está anulando y exterminando al sujeto del deseo en nombre de la realidad de la tecno ciencia, del progreso del capitalismo y su mercado.

El psicoanálisis, en su parte, no totalmente absorbido por el mercado, tiene un propone una ética a sustentar: La ética del sujeto del deseo, la cual propone, no una salvación del padre y sus ideales, y sí el valor de su función de autoridad en cuanto agente de una falta fundante para la condición humanizada del goce. Los padres pueden, en nuestro tiempo, no ser mas las “maravillas de antaño”, pero pueden mantener el valor y la dignidad de su función.

Como conclusión final, creo que sería recomendable, si nuestro interés y motivación se refiere a sustentar una lucha por el sujeto deseante y el valor de su particularidad en el mundo, que indaguemos a las propuestas actuales que tratan de responder al malestar psíquico del sujeto de nuestro tiempo.  Si ellas sustentan alguna ética que expongan cuál es  y su se hagan responsables por la misma.  No tenemos el derecho de aceptar cualquier propuesta que nos presenten apenas porque son fáciles, prácticas o seductoras.  Sobretodo, si nos consideramos trabajadores de eso de eso que se hacen llamar “humanidades”.

Si podemos admitir que no se recomienda salvar al padre y sus representantes ideales de la cultura, podemos afirmar no en tanto, desde el psicoanálisis, que el valor de su función se soporta en el principio de una autoridad ética, que es la del deseo responsable determinante de un sujeto humanizado en su goce.

Que cada uno pueda, entonces, encontrar su propio camino y participación, pero sobre todo, que se haga responsable por una actitud ética que pueda, en nuestros días, responder a la devastadora anulación del sujeto en la actualidad.  Este me parece ser nuestro deber y compromiso en el presente.  Si el psicoanálisis puede ser útil a este fin porqué no utilizarlo, pero claro…. No es, ni podría ser, el único camino… son tantos los que pueden llevar a “Roma”. Pero el deseo debe ser claro y decidido, es decir, sustentado en una ética.

*César Rubén Medina Granada (16-03-1946/12-11-2004): A los 17 años viajó al Brasil a estudiar arquitectura, profesión que ejerció por 10 años aproximadamente, mediante la cual participó directamente en la construcción de la hidroeléctrica de Itaipú.  Al mismo tiempo, se acerca al Psicoanálisis y a la teoría freudiana a partir de un proceso personal de análisis, interés que nunca más dejó. A los 25 años comenzó a estudiar Psicología e, inmediatamente concluida la carrera, se inicia en la clínica. Estudió a fondo a Freud y en los años 70 toma contacto con las ideas lacanianas, junto con otros pocos intelectuales de la época. A partir de su involucramiento con la teoría lacaniana, siempre con un sesgo freudiano, su pensamiento se orientó hacia la cuestión del malestar en la cultura contemporánea: sus síntomas y efectos en la constitución de la subjetividad. Fue uno de los primeros miembros de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis, en la que participaba asiduamente. En los años 80, cuando la formación en la IPA todavía no estaba habilitada para los psicólogos y las enseñanzas de Lacan aún no estaban formalmente instaladas en el Brasil, él, junto con otros psicólogos y médicos, fundaron SEPLA Sociedad de Estudios Psicoanalíticos Latino Americanos cuyo énfasis consistía en la creación de una mirada latina sobre el Psicoanálisis y el desenvolvimiento teórico de un psicoanálisis en vinculación con las raíces no-aculturadas, lo que siempre fue importante para él como forma de ligarse a su historia y a la de su país. Le interesó promover un psicoanálisis que no dé la espalda o que desconozca las raíces culturales del lugar de ejercicio del analista y de la vida del analizante (su música y costumbres, por ejemplo) aspectos que por lo general suelen ser olvidados en la clínica psicoanalítica ante la dominación de una cultura más moderna sobre otra. Fue director de SEPLA y enseñó en la misma durante algunos años. En Asunción del Paraguay, formó grupos de estudios de psicoanálisis lacaniano - freudiano y participó intensamente en la extensión universitaria respecto al psicoanálisis. El psicoanalista activo en la ciudad fue siempre el contrapunto que creía necesario ante la ciudad pánico, el de las urgencias subjetivas. Con amigos y colegas ha creado una agrupación: Ágape Psicoanalítico Paraguayo. César Medina fue un hombre creativo y comprometido con su palabra y sabía conmover el inconsciente de cada sujeto. Siempre fue partidario del uno por uno, de la particularidad subjetiva, no para aislar al sujeto de la cultura, sino precisamente porque comprendía que el único camino para estar actualizado y activo en la realidad contemporánea era encontrarse como sujeto primeramente. Así también, y por eso mismo, es que se interesó por los orígenes de la Guarania. Pensaba que la guara-nia dice de Los ensueños del Lobo. Es el lenguaje-sonido del lobo-(a)guara, lo que Flores quiso expresar con otra escritura, reflexionaba. Esta fue una de las formas más de su compromiso con nuestra época. Mantuvo siempre un fuerte lazo hacia el Paraguay, su música, su cultura y su gente; nunca cambió de nacionalidad. Dejó escritos profesionales y letras a músicas folclóricas paraguayas, hijos y árboles; en los dos países dejó marcas imborrables de su intensa pero corta vida. En sus amigos y familiares, y en quienes lo conocieron, dejó recuerdos y nostalgias que perdurarán por siempre. - Fuente: “Los ensueños del lobo - Pequeña Biografia de Céssar Rubén Medina Granada” – Publicación del Diario ABC Color el 26 de Diciembre de 2004.-